Como la mayoría de los niños con covid, Dante y Michael DeMaino no parecían tener síntomas graves.
Infectados a mediados de febrero, ambos perdieron los sentidos del gusto y del olfato. Dante, de 9 años, tuvo un día de fiebre baja. Michael, de 13, sintió un “cosquilleo en la garganta”, dijo su madre, Michele DeMaino, de Danvers, Massachusetts.
En una visita de seguimiento, “el pediatra auscultó corazón y pulmones, y todo parecía perfecto”, contó DeMaino.
Luego, a finales de marzo, Dante volvió a tener fiebre. Después de examinarlo, el médico dijo que probablemente su enfermedad no era “nada para preocuparse”, pero le pidió a DeMaino que lo llevara a urgencias si la fiebre subía a más de 40 grados Celsius.
Dos días después, Dante seguía con fiebre, dolor de cabeza y empezó a vomitar. Su madre lo llevó a urgencias, donde la fiebre subió a 40,5. En el hospital, los ojos de Dante se inflamaron, sus párpados se volvieron rojos, sus manos empezaron a hincharse y un sarpullido rojo brillante se extendió por su cuerpo.
En el hospital diagnosticaron a Dante con síndrome inflamatorio multisistémico infantil, o MIS-C, una complicación rara, asociada a covid-19, y potencialmente mortal, en la que un sistema inmunitario hiperactivo ataca el cuerpo del niño. Los síntomas —fiebre, dolor de estómago, vómitos, diarrea, ojos inyectados en sangre, sarpullido y mareos— suelen aparecer entre dos y seis semanas después de lo que suele ser una infección leve o incluso asintomática.
Más de 5,200 de los 6,2 millones de niños estadounidenses a los que se les ha diagnosticado covid han desarrollado MIS-C. Un 80% de los pacientes con MIS-C son tratados en unidades de cuidados intensivos, el 20% requiere ventilación mecánica y 46 han muerto.
A lo largo de la pandemia, el MIS-C ha seguido un patrón predecible, enviando a niños al hospital aproximadamente un mes después de una oleada de covid. Las unidades de cuidados intensivos pediátricos —que trataron a miles de pacientes jóvenes durante la aparición de la variante delta a finales de verano— luchan ahora por salvar al nuevo grupo de niños extremadamente enfermos.
El sur se ha visto especialmente afectado. En el Hospital Infantil Shawn Jenkins de la Universidad Médica de Carolina del Sur, por ejemplo, los médicos trataron en septiembre a 37 niños con covid y a nueve con MIS-C, la cantidad mensual más alta desde que comenzó la pandemia.
Los médicos no tienen forma de prevenir el MIS-C, porque todavía no saben exactamente qué lo causa, señaló el doctor Michael Chang, profesor de pediatría en el Children’s Memorial Hermann Hospital de Houston. Todo lo que los médicos pueden hacer es instar a los padres a vacunar a los niños que sean elegibles, y rodear a los más pequeños de personas vacunadas.
Dada la enorme magnitud de la pandemia, los científicos de todo el mundo buscan respuestas.
Aunque la mayoría de los niños que desarrollan MIS-C estaban sanos, el 80% tuvo complicaciones cardíacas. Las arterias coronarias de Dante se dilataron, lo que dificultó el bombeo de sangre del corazón y el suministro de nutrientes a sus órganos. Si no se trata rápidamente, el niño puede entrar en shock. Algunos pacientes desarrollan anomalías del ritmo cardíaco o aneurismas, cuando las paredes de las arterias se tapan y amenazan con reventar.
“Fue traumático”, contó DeMaino. “Me quedé con él en el hospital todo el tiempo”.
Historias como ésta plantean importantes cuestiones sobre las causas del MIS-C.
“Es el mismo virus y la misma familia, así que ¿por qué un niño contrae MIS-C y el otro no?”, se preguntó la doctora Natasha Halasa, del Instituto Vanderbilt sobre Infección, Inmunología e Inflamación.
Los médicos han mejorado a la hora de diagnosticar y tratar el MIS-C. La tasa de mortalidad ha descendido del 2,4% al 0,7% desde el comienzo de la pandemia. Los adultos también pueden desarrollar un síndrome inflamatorio post-covid, llamado MIS-A; que es aún más raro que el MIS-C, con una tasa de mortalidad siete veces mayor que la observada en niños.
Aunque el MIS-C es nuevo, los médicos pueden tratarlo con terapias utilizadas desde hace décadas para la enfermedad de Kawasaki, un síndrome pediátrico que también causa inflamación sistémica. Aunque los científicos nunca han identificado la causa de la enfermedad de Kawasaki, muchos sospechan que se desarrolla tras una infección.
Los investigadores del Boston Children’s Hospital, y otras instituciones, están buscando pistas en los genes de los niños.
En un estudio realizado en julio, investigadores identificaron variantes genéticas raras en tres de los 18 niños estudiados. Resulta significativo que todos los genes estén implicados en la “eliminación de los frenos” del sistema inmunitario, lo que podría contribuir a la hiperinflamación observada en el MIS-C, señaló la doctora Janet Chou, jefa de inmunología clínica del Boston Children’s, que dirigió el estudio.
Chou reconoce que su estudio —que encontró variantes genéticas en sólo el 17% de los pacientes— no resuelve el rompecabezas. Y plantea nuevas preguntas: si estos niños son genéticamente susceptibles a los problemas inmunitarios, ¿por qué no enfermaron gravemente a causa de infecciones infantiles anteriores?
Algunos investigadores afirman que el aumento de las tasas de MIS-C entre las minorías raciales y étnicas de todo el mundo —en Estados Unidos, Francia y el Reino Unido— puede deberse a la genética.
Otros señalan que las tasas de MIS-C son un reflejo de las mayores tasas de covid en estas comunidades, que han sido impulsadas por factores socioeconómicos como las condiciones de trabajo y de vida de alto riesgo.
“No sé por qué algunos niños lo desarrollan y otros no”, dijo el doctor Dusan Bogunovic, investigador de la Escuela de Medicina Icahn de Mount Sinai que ha estudiado las respuestas de los anticuerpos en el MIS-C. “¿Se debe a la genética o a la exposición ambiental? La verdad puede estar en algún punto intermedio”.
Un enemigo oculto y un intestino permeable
La mayoría de los niños con MIS-C dan negativo para las pruebas de covid, lo que sugiere que el organismo ya ha eliminado al nuevo coronavirus de la nariz y las vías respiratorias superiores.
Esto llevó a los médicos a suponer que el MIS-C era una enfermedad “post-infecciosa”, que se desarrollaba después que “el virus hubiera desaparecido por completo”, señaló el doctor Hamid Bassiri, especialista en enfermedades infecciosas pediátricas y codirector del programa de desregulación inmunológica del Hospital Infantil de Filadelfia.
Ahora, sin embargo, “están surgiendo pruebas de que tal vez no sea así”, dijo Bassiri.
Incluso si el virus ha desaparecido de la nariz del niño, podría estar al acecho —y diseminándose— en otras partes del cuerpo, indicó Chou. Esto podría explicar por qué los síntomas aparecen tanto tiempo después de la infección inicial del niño.
El doctor Lael Yonker observó que los niños con MIS-C son mucho más propensos a desarrollar síntomas gastrointestinales —como dolor de estómago, diarrea y vómitos— que los problemas respiratorios que suelen observarse en el covid agudo.
En algunos niños con MIS-C, el dolor abdominal ha sido tan intenso que los médicos los diagnosticaron erróneamente con apendicitis; algunos incluso fueron operados antes de que sus médicos se dieran cuenta del verdadero origen de su dolor.
Yonker, neumólogo pediátrico del Hospital Infantil MassGeneral de Boston, encontró recientemente pruebas de que el origen de esos síntomas podría ser el coronavirus, que puede sobrevivir en el intestino durante semanas después de desaparecer de las fosas nasales.
En un estudio publicado en mayo en The Journal of Clinical Investigation, Yonker y sus colegas demostraron que más de la mitad de los pacientes con MIS-C tenían material genético —llamado ARN— del coronavirus en sus heces.
El cuerpo descompone el ARN viral muy rápidamente, explicó Chou, por lo que es poco probable que el material genético de una infección por covid se encuentre todavía en las heces de un niño un mes después. Si se encuentra, lo más probable es que sea porque el coronavirus se ha instalado en un órgano, como el intestino.
Aunque el coronavirus puede prosperar en el intestino, es un terrible huésped.
En algunos niños, el virus irrita el revestimiento intestinal, creando brechas microscópicas que permiten que las partículas virales escapen al torrente sanguíneo, dijo Yonker.
Los análisis de sangre de los niños con MIS-C revelaron que tenían un alto nivel del antígeno espiga (o pico) del coronavirus, una importante proteína que permite al virus entrar en las células humanas. Los científicos han dedicado más tiempo a estudiar el antígeno de espiga que cualquier otra parte del virus. Es el objetivo de las vacunas contra covid, así como de los anticuerpos producidos naturalmente durante la infección.
“No vemos que el virus vivo se replique en la sangre”, señaló Yonker. “Pero las proteínas espiga se desprenden y se filtran a la sangre”.
Según Yonker, las partículas virales en la sangre podrían causar problemas que van más allá del malestar estomacal. Es posible que estimulen el sistema inmunitario en exceso.
En su estudio, Yonker cuenta como trató a un niño de 17 meses gravemente enfermo cuyo cuadro se agravó aún más a pesar de los tratamientos habituales. Recibió permiso para tratarlo con un fármaco experimental, larazotida, diseñado para curar los intestinos permeables. Y funcionó.
Yonker recetó larazotida a otros cuatro niños, entre ellos Dante, que también recibió un medicamento utilizado para tratar la artritis reumatoide. Mejoró.
Pero la mayoría de los niños con MIS-C mejoran, incluso sin medicamentos experimentales. Sin un grupo de comparación, no hay forma de saber si la larazotida funciona realmente. Por eso Yonker está inscribiendo a 20 niños en un pequeño ensayo clínico aleatorio de larazotida, que proporcionará pruebas más sólidas.
Soldados rebeldes
El doctor Moshe Arditi también ha establecido conexiones entre los síntomas de los niños y lo que podría estar causándolos.
Aunque los primeros médicos que trataron la MIS-C lo compararon con la enfermedad de Kawasaki —que también provoca ojos rojos, sarpullidos y fiebres altas—, Arditi señaló que la MIS-C se parece más al síndrome de shock tóxico, una afección potencialmente mortal causada por determinados tipos de bacterias estreptocócicas o estafilocócicas que liberan toxinas en la sangre. Ambos síndromes provocan fiebre alta, trastornos gastrointestinales, disfunción del músculo cardíaco, caída de la presión arterial y síntomas neurológicos, como dolor de cabeza y confusión.
El shock tóxico puede producirse tras un parto o la infección de una herida, aunque los casos más conocidos se produjeron en los años 70 y 80 en mujeres que utilizaron un tipo de tampón que ya no se usa.
Las toxinas liberadas por estas bacterias pueden desencadenar una reacción exagerada de los principales combatientes del sistema inmunitario, denominados células T, que coordinan la respuesta del sistema inmunitario, explicó Arditi, director de la división de enfermedades infecciosas pediátricas del Centro Médico Cedars-Sinai.
Las células T son tremendamente poderosas, por lo que el cuerpo normalmente las activa de forma precisa y controlada, dijo Bassiri. Una de las lecciones más importantes que deben aprender las células T es que deben dirigirse a los malos y dejar en paz a los civiles. De hecho, un sistema inmunitario sano suele destruir muchas células T que no pueden distinguir entre los gérmenes y el tejido sano para evitar las enfermedades autoinmunes.
En una respuesta típica a una sustancia extraña —conocida como antígeno—, el sistema inmunitario activa sólo alrededor del 0,01% de todas las células T, indicó Arditi.
Sin embargo, las toxinas producidas por ciertos virus y las bacterias que causan el shock tóxico contienen “superantígenos”, que eluden las salvaguardias normales del organismo y se adhieren directamente a las células T. Esto permite que los superantígenos activen entre el 20% y el 30% de las células T a la vez, generando un peligroso enjambre de glóbulos blancos y proteínas inflamatorias denominadas citoquinas, explicó Arditi.
Esta respuesta inflamatoria masiva provoca daños en todo el organismo, desde el corazón hasta los vasos sanguíneos y los riñones.
Aunque múltiples estudios han constatado que los niños con MIS-C tienen menos células T de lo normal, el equipo de Arditi ha encontrado un aumento explosivo de un subtipo de células T capaces de interactuar con un superantígeno.
Varios grupos de investigación independientes —entre los que se encuentran investigadores de la Escuela de Medicina de Yale, los Institutos Nacionales de la Salud (NIH) y la Universidad de Lyon en Francia— han confirmado los hallazgos de Arditi, sugiriendo que algo, muy probablemente un superantígeno, causó un enorme aumento de este subtipo de células T.
Aunque Arditi ha propuesto que partes de la proteína espiga del coronavirus podrían actuar como un superantígeno, otros científicos afirman que el superantígeno podría proceder de otros microbios, como las bacterias.
“Ahora se está buscando urgentemente la fuente del superantígeno”, afirmó la doctora Carrie Lucas, profesora de inmunobiología en Yale, cuyo equipo ha identificado cambios en las células inmunitarias y en las proteínas de la sangre de los niños con MIS-C.
Futuro incierto
Un mes después de que Dante saliera del hospital, los médicos le hicieron un ecocardiograma para ver si su corazón tenía daños persistentes.
Para alivio de su madre, su corazón había vuelto a la normalidad.
Hoy, Dante es un niño de 10 años lleno de energía que ha vuelto a jugar al hockey y al béisbol, a nadar y a patinar.
“Ha vuelto a realizar todas estas actividades”, dijo DeMaino, y contó que los médicos de Dante volvieron a examinar su corazón seis meses después de su enfermedad y volverán a hacerlo al cabo de un año.
Al igual que Dante, la mayoría de los niños que sobreviven al MIS-C parecen recuperarse completamente, según un estudio publicado en marzo en JAMA.
Estas recuperaciones tan rápidas sugieren que los problemas cardiovasculares relacionados con el MIS-C son el resultado de una “inflamación severa y un estrés agudo” más que de una enfermedad cardíaca subyacente, según los autores del estudio, denominado Overcoming COVID-19.
Aunque los niños que sobreviven a la enfermedad de Kawasaki tienen un mayor riesgo de sufrir problemas cardíacos a largo plazo, los médicos no saben cómo les irá a los supervivientes del MIS-C.
Los NIH y los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades han puesto en marcha varios ensayos a largo plazo para estudiar a los jóvenes pacientes de covid y sobrevivientes de MIS-C. Los investigadores estudiarán el sistema inmunitario de los niños para buscar pistas sobre la causa del MIS-C, examinarán sus corazones en busca de signos de daños a largo plazo y controlarán su salud a lo largo del tiempo.
DeMaino dijo que ella está mucho más preocupada por la salud de Dante que él mismo.
“No tiene ninguna preocupación en el mundo”, contó. “Yo estaba preocupada por la última cita con el cardiólogo, pero él me dijo: ‘Mamá, no tengo ningún problema para respirar. Me siento completamente bien’”.
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